Una muestra que no dice nada

Una muestra que no dice nada

“Liliana Porter. Travesía” en el MALBA: una muestra que no dice nada y confirma que el arte también puede ser un gesto de comodidad

El MALBA vuelve a jugar a lo seguro con una exposición pulida, correcta, previsible y profundamente desconectada del presente. “Liliana Porter. Travesía” es el espejo de una elite bancaria que quiere cultura sin conflicto, sin crítica, sin riesgo. Un arte inofensivo para millonarios sin gusto, ni tiempo, ni calle.

Una muestra para decir que se hace algo, sin hacer nada
Del 12 de julio al 13 de octubre, el MALBA presenta Liliana Porter. Travesía, una exposición que repasa seis décadas de obra de una artista argentina que vive desde hace más de medio siglo en Nueva York. La muestra, presentada en sociedad por el ICBC —banco internacional con clientela VIP— es otra postal del estado actual del arte contemporáneo institucionalizado en Buenos Aires: desangelado, repetitivo, encerrado en su torre de cristal.

La muestra tiene el envoltorio de siempre: nombres consagrados, catálogos lustrosos, curaduría profesional y textos que suenan importantes aunque no digan nada. Agustín Pérez Rubio —curador de la muestra y ex MALBA— armó un recorrido cronológico que intenta mostrar “la evolución conceptual y formal” de Porter. Pero más bien parece un repaso de greatest hits cuidadosamente elegidos para no incomodar a nadie.

El MALBA como spa de la sensibilidad cheta
Hace tiempo que el MALBA dejó de ser un espacio para pensar el arte latinoamericano en términos de conflicto, de choque, de pregunta. Se convirtió en una pasarela de artistas que ya no sorprenden a nadie, salvo al público que viene a sacarse selfies con esculturas, tomar un café carísimo y decir que fue “a una muestra increíble”.

¿Y qué tiene la muestra? Títeres, juguetes, objetos vintage, pequeñas escenografías montadas con estética naif. Imágenes pulidas que podrían estar en cualquier escaparate neoyorquino, en la vidriera de una librería en SoHo o en el feed de Instagram de una influencer cultural. Pero no hay dolor, ni rabia, ni ironía verdadera. Todo parece hecho para agradar, para ser lindo, para colgar en un consultorio de Recoleta.

Una artista exiliada del riesgo
Liliana Porter, nacida en 1941, se fue a Nueva York en 1964. Su obra, reconocida internacionalmente, ha sido exhibida en museos de prestigio. Pero su lenguaje, que alguna vez dialogó con el arte conceptual, la crítica al objeto y el uso del absurdo, hoy aparece domesticado. En esta muestra, no hay filo ni contexto. No hay mención a la Argentina real, a sus convulsiones, a su historia de represión, crisis o luchas. Es arte flotando en el limbo, como si el tiempo no existiera.

Uno de los ejes de la muestra es el “absurdo existencial”, expresado con juguetes rotos, pequeñas figuras que se repiten como símbolo de lo cotidiano desquiciado. Pero ese absurdo termina siendo una decoración sin profundidad, una estética de lo cute con pretensión filosófica. Un Beckett de juguetería. Un Ionesco para brunch del domingo.

ICBC: ¿mecenas de cultura o sponsor de lo neutro?
No es casual que la muestra haya sido presentada en un evento exclusivo para clientes del ICBC. Hay champagne, catering y discursos que hablan de “experiencias culturales de alto valor”. Pero lo que falta es conflicto, cuestionamiento, desborde. El arte, en este formato, es un producto más del marketing institucional: sirve para demostrar “compromiso cultural” sin que eso implique ninguna toma de posición incómoda.

La muestra podría estar en cualquier parte del mundo, lo cual no es un mérito, sino un síntoma. Desarraigada, desencajada del aquí y ahora. En una Buenos Aires que se cae a pedazos, donde artistas independientes luchan por espacios, materiales y visibilidad, esta muestra aparece como una burbuja de cristal: protegida, patrocinada, estéril.

¿Dónde quedó el arte con espinas?
Hay que decirlo sin vueltas: el MALBA se ha convertido en un dispositivo de consagración vacío. Ya no arriesga, no se moja, no interviene en los debates sociales, políticos ni simbólicos del país. Elige artistas consagrados por el circuito internacional, con obras fácilmente digeribles y listas para exportar.

Liliana Porter. Travesía no ofrece nada que sacuda al espectador. No interpela, no duele, no deja preguntas abiertas. Lo que hay es una selección de obras lindas, bien montadas, perfectamente explicadas. Pero el arte que no incomoda se parece peligrosamente al entretenimiento.

¿Y el público?
Entre las obras, pasean ejecutivos, influencers, estudiantes de arte y señoras de la alta sociedad. Muchos no conocen a Porter. Algunos se sacan selfies. Otros leen los textos curadurales como si fueran instrucciones para entender un electrodoméstico conceptual. El museo no invita al diálogo, sino al consumo pasivo.
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