Dos artistas llamados Marco tienen exposiciones individuales en las galerías Nara Roesler: el uruguayo Marco Maggi, en São Paulo, y el cubano Marco Castillo, en Nueva York.
Exhibimos a dos latinoamericanos, casualmente con el mismo nombre, Marco, uno nacido al norte del ecuador, el cubano Marco Castillo, el otro debajo del ecuador, el uruguayo Marco Maggi. Pero primero haré un desvío hacia los inicios del Arte Moderno para llegar a ellos.
A finales del siglo XIX, la vanguardia francesa, que un crítico de arte llamó “impresionista”, introdujo una nueva forma de aplicar la pintura al lienzo con la intención de capturar los efectos de la luz sobre los objetos. En lugar de las pinceladas cuidadosas de los pintores académicos, es decir, aquellos que seguían los estrictos dictados de las Bellas Artes (Academia de Bellas Artes de París), la más famosa del mundo y dictadora del estilo imperante, los impresionistas propusieron pintar con pinceladas cortas y rápidas, a menudo sin mezclar los colores en la paleta, sino sugiriendo el color final a través de la suma de las partes (los colores) en el propio lienzo, para dar una “impresión” de lo que se veía –pensemos en Monet, Renoir, Van Gogh– en lugar de aspirar a la reproducción perfecta, casi fotográfica, como buscaban los académicos (Delacroix, Bouguereau, Jacques-Louis David). Por supuesto, al principio, la vanguardia fue rechazada por todos, sin mencionar el repudio a los medallones de Bellas Artes. Pero la novedad revolucionaria se convertiría en el primer paso hacia el arte moderno. Después de todo, ¿por qué pintar perfectamente si la invención de la fotografía reproducía la imagen perfectamente?
En Francia, a principios del siglo siguiente, Picasso y Bracque propusieron el cubismo. Este golpe mortal al academicismo fragmentó aún más la imagen, llegando incluso a mezclar collages en sus composiciones y elementos de las artes gráficas, lo que también dio un salto adelante. Poco después, un grupo politizado de pintores italianos (Boccioni, Marinetti, Balla) se basó en la experiencia cubista para crear su versión de la modernidad, llamada Futurismo por Marinetti, el teórico del grupo. Fascinados por el progreso y la velocidad, los futuristas dieron el primer paso hacia el Op-art, profundizando al fragmentar y cortar la imagen para transmitir la sensación de velocidad, sinónimo de los frenéticos tiempos modernos. (Consejo: ver el clásico film “Tiempos modernos” de Charlie Chaplin, donde el incomparable Charlie Chaplin se burla de la velocidad y los nuevos tiempos. Imprescindible).
Al mismo tiempo, surgió la figura sine qua non del francés Marcel Duchamp con su icónico “Desnudo bajando una escalera, nº 2”, de 1912, que llevó más allá el rumbo de las artes visuales. En oposición a las ideas futuristas de aceleración y movimiento como un flujo continuo, Duchamp, a diferencia de los futuristas, descompone el tiempo a través de la desaceleración, lo que permite visualizar el movimiento.
“Marco Castillo: Del Círculo a la Estrella”, Nueva York
Con estos antecedentes damos un salto para llegar a la geometrización del efecto óptico-cinético que el cubano Marco Castillo (n. 1971) presenta en su primera exposición individual en Nueva York. Del círculo a la estrella, el título de la exposición, en inglés, hace referencia a la evolución entre dos elementos geométricos, el círculo y la estrella. Trabajando sobre las conexiones entre política y diseño, forma y función, historia, arte y decoración, que discuten el choque de lo funcional versus lo no funcional, la artista nacida en La Habana, que vive y trabaja en Mérida, México, crea complejas instalaciones y composiciones geométrico-escultóricas que entrelazan materiales como caoba, papel, tela, celosía de paja, caucho y contrachapado de abedul, dando como resultado obras tridimensionales de gran efecto óptico, desafiando las convenciones tradicionales entre arte y diseño.
En su narrativa, Castillo se asume como defensor y propagador del patrimonio artístico de Cuba a través de las referencias que hace a figuras claves de la producción arquitectónica y el diseño de su país, entre ellos Gonzalo Córdoba, María Victoria Caignet, Rodolfo Fernández Suáez (Fofi), Joaquín Galván y Walter Betancourt, todos de la “generación olvidada” de los años 40 y 50.
La obra de Marco Castillo aparece en importantes colecciones institucionales, entre ellas el Centro Georges Pompidou, París; Centro de Arte Contemporáneo Reina Sofía, Madrid; Fundación Daros, Zúrich; Tate Modern, Londres; y en Nueva York en dos museos, el Solomon R. Guggenheim Museum y el Whitney Museum of American Art.
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