Alejandro Anreus presenta en Miami su libro sobre la vanguardia artística cubana en democracia
El primer año de Alejandro Anreus en su exilio de Nueva Jersey le trajo mucho frío. Uno que no tenía nada que ver con su isla caribeña y con los colores del Trópico, que distinguen una gran parte de las obras de la vanguardia plástica cubana sobre la que es una voz experta como autor de varios libros de arte latinoamericano. Si el coronel Aureliano Buendía fue a conocer el hielo en el comienzo de Cien años de soledad, Anreus (La Habana, 1960) fue a conocer el frío, pero también la generosidad de los extraños y el temple de su abuela cubana en el viaje a un mercado de pueblo en Nueva Jersey para comprar pollos y cocinarlos para la cena de Navidad. En su relato Chickens on the Bus. (Aztlan, primavera 2007) Anreus cuenta que ella los quería vivos, y efectivamente, los consiguió así y hasta con un descuento de 75 centavos que le dio el vendedor cuando vio que el dinero no les alcanzaba. El problema fue cuando se subieron al autobús, y otra pasajera descubrió las dos gallinas vivas que sacaban la cabeza por la bolsa. Se quejó, y al conductor no le quedó más que pedirles a Anreus, de 12 años, y a su abuela que se bajaran. Lo que pasó después no lo cuento porque quiero que vayan a leer el relato. Pero sirve para comprobar que la habilidad de Anreus para convertir en literatura una memoria como esta lo preparó para escribir libros como Modern Art in 1940s Cuba. Havana ‘s Artists, Critics and Exhibitions (University of Florida Press, 2025), que presenta el 16 y 17 de octubre, en la galería Cernuda Arte, de Coral Gables.. También contribuye a que sea un crítico excepcional la exposición temprana a las artes, en especial a los ensayos de obras de teatro que vio en La Habana de su infancia con sus tías, las actrices Gladys e Idalia Anreus. Esta última, fallecida en 1998, fue coprotagonista de algunos de los filmes cubanos más importantes, Lucía (1968); Los días del agua (1971) y Ustedes tienen la palabra (1973). “Mi patria es espiritual, no física”, dice Anreus cuando le preguntan si volverá a Cuba. “Es nuestra literatura, nuestro arte, nuestra música (la vieja trova, ¡no la nueva!). Y es la memoria de mi madre, que era una modesta obrera de fábrica en el exilio, y que nunca quiso volver. Y sobrevivió a Fidel [Castro] por unos meses”.
Con el rigor de un académico –es profesor emérito de Historia del Arte y estudios latinoamericanos de William Paterson University, en Nueva Jersey– y también con una prosa entretenida que nos deja con ganas de saber más de las dos primeras generaciones de artistas cubanos, Anreus profundiza en la historia artística y cultural de Cuba en la década de los 1940. Después de la revolución del 1933 que derrocó a Gerardo Machado –un general de la Guerra de Indepencia convertido en tirano–, y un intervalo de liderazgo inestable, llegaron los gobiernos del Partido Auténtico de Ramón Grau San Martín (1933-1934, 1944-1948) y Carlos Prío Socarrás (1948-1952). Con la democracia –imperfecta y aquejada por la corrupción– florecieron la pintura, la escultura y la literatura. La generación de intelectuales en torno a José Lezama Lima y la revista Orígenes (1944-1956) apoyaron con textos y reseñas las exposiciones de arte, y ofrecieron espacios para que los artistas ilustraran sus páginas. Las grandes figuras de la vanguardia cubana, Víctor Manuel, Wifredo Lam, Amelia Peláez, Carlos Enríquez, Fidelio Ponce, Mario Carreño, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Luis Martínez Pedro y Roberto Diago, están presentes junto con otros artistas menos conocidos, a los que Anreus también incluye con detalle. Destacan los escultores, a veces relegados por otros críticos: Juan José Sicre, Alfredo Lozano, Teodoro Ramos Blanco, y los más jóvenes y con una carrera brillante, como Roberto Estopiñán.
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