La pregunta sobre si una obra pierde autenticidad al ser digitalizada ha generado un amplio debate en el ámbito artístico y cultural. La digitalización permite reproducir imágenes de pinturas, esculturas y documentos históricos con una fidelidad sorprendente, lo que democratiza el acceso al arte y lo acerca a millones de personas que no podrían contemplarlo físicamente. Sin embargo, esta ventaja trae consigo interrogantes sobre el valor y la esencia de la obra original.
La autenticidad de una obra no se limita únicamente a su aspecto visual. También involucra elementos como la textura, los materiales, la técnica utilizada por el artista y, sobre todo, la experiencia sensorial de contemplarla en un espacio físico. Un cuadro de óleo, por ejemplo, transmite matices que la pantalla digital difícilmente puede replicar, como el relieve de las pinceladas o la interacción de la luz con la pintura.
Por otro lado, la digitalización no necesariamente destruye la autenticidad, sino que ofrece una nueva forma de experimentar el arte. Al reproducirlo en formato digital, la obra adquiere otra dimensión: puede difundirse, reinterpretarse y preservarse en un entorno tecnológico. Este tipo de “autenticidad digital” abre caminos creativos, como los NFTs o las experiencias inmersivas, que no buscan sustituir a la obra física, sino ampliarla.
En conclusión, una obra no pierde su autenticidad por ser digitalizada; más bien, se generan diferentes niveles de autenticidad. La original conserva su valor único e irrepetible, mientras que la versión digital funciona como una herramienta de acceso, preservación y reinterpretación cultural.
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