La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito visual ha generado un terremoto cultural. Herramientas como DALL-E, Midjourney o las funciones de relleno generativo en Photoshop prometen una creatividad sin límites, pero al mismo tiempo, plantean profundos interrogantes sobre la esencia misma de la fotografía.
Por un lado, la IA ofrece herramientas increíbles. Los fotógrafos pueden ahora eliminar elementos no deseados de manera impecable, ampliar imágenes manteniendo un realismo sorprendente o incluso generar conceptos visuales completamente nuevos a partir de un simple texto (prompt). Esto podría verse como una evolución natural, similar a la transición de la fotografía analógica a la digital, que expande las posibilidades creativas.
Sin embargo, el núcleo del debate ético y artístico reside en la autoría y la originalidad. Cuando una imagen se genera a partir de un algoritmo entrenado con millones de fotografías existentes, ¿dónde queda la huella del artista? ¿Quién es el autor: el usuario que escribe el prompt o los miles de fotógrafos cuyas obras fueron utilizadas para entrenar al modelo? La fotografía tradicional extrae su valor de la habilidad técnica, el ojo entrenado para capturar un momento único e irrepetible en el mundo real. La IA, en cambio, simula realidades que nunca existieron, desdibujando la línea entre el documento y la fantasía.
En conclusión, la IA no destruye el arte de la fotografía, pero sí desafía su definición. Probablemente, el futuro no será una sustitución, sino una coexistencia. La fotografía "pura" mantendrá su valor como testimonio de la realidad y expresión de una mirada humana única. Mientras tanto, la IA se establecerá como un nuevo medio artístico propio, cuyo valor residirá en la conceptualización y la crítica cultural incrustada en el prompt. El verdadero artista del futuro será aquel que sepa utilizar ambas herramientas con intención y conciencia crítica.
Latamarte