José María Mijares, o el pintor de los azules: el color más profundo, en el que la mirada penetra infinitamente y se pierde en lo indefinido, como ante una perpetua falta de color. Es un artista que, a lo largo de más de 50 años de labor ininterrumpida en la pintura, es, a nuestro juicio, un baluarte dentro del arte contemporáneo, uno de los artistas modernos más auténticos, así como una de las personalidades más fuertes de hoy.
Hablar de Mijares es hablar de un pintor intrínsecamente moderno, fiel a la época en la que nació, y una de las figuras más destacadas del arte contemporáneo. Fue el "enfant terrible" de su generación: ganador del primer premio de Pintura Nacional Cubana a los 29 años. Tiene un estilo tan propio que le permite cualquier tipo de aventura temática en sus pinturas; siempre lo reconocemos. Como todos los grandes creadores, tiene la facilidad de mutar la forma, pero lo hace sin perder la esencia que caracteriza y da sello personal a todo lo que produce.
Esto lo vemos al analizar sus obras de diferentes períodos y temáticas; y es sorprendente notar que podemos reconocer tanto un marinal de los años 40 como una de las obras espaciales de los 90 como su creación. A primera vista podría parecer que no tienen nada en común, pero al profundizar en el análisis notamos que lo que nos permite reconocer la obra como suya, a pesar de ser tan diferente en apariencia, es la disposición de los elementos constitutivos de las formas. Estas formas son siempre las mismas: se separan y luego se unen de múltiples maneras. Su capacidad creativa es tan grande que rompe con la etiqueta de "figurativo", es decir, de algo como una imagen de nuestro mundo, hacia una idea plástica en la que líneas y colores se unen en un orden determinado creando un todo capaz de existir estéticamente sin ser referencia de nuestro entorno.
Además del concepto estilístico formal, que es valioso para concebir sus obras, estas pinturas nos colocan frente a un mundo reconocible pero distante de los objetos que nos rodean; todo se transforma por este creador de sueños que nos hace ver analogías de músicos en el acto de extraer notas de instrumentos cuya existencia intuimos más que vemos. En otras ocasiones, nos muestra intrigantes ideas medievales de vitrales donde el hierro se convierte, en una rara alquimia, en una línea negra ondulante que delimita las masas de color.
Para Mijares, el uso del color no es solo un elemento distintivo de los objetos; es una parte fundamental de sus obras para lograr la sensación que quiere transmitir, y sus obras tienen un orden propio que usa para expresarse. Su azul favorito proviene de una paleta especialmente fría. Prefiere pintar con gradaciones del mismo color según los distintos valores cromáticos creados en sus obras. Es capaz de generar distintos estados de ánimo en los espectadores mediante un cautivador juego de luz y sombra, donde la sombra nunca es opuesta a la luz, sino una compañera que embellece y colabora en su brillo. No acostumbra a dar grandes áreas texturizadas a sus pinturas; prefiere las sucesivas capas finas de pintura que a veces frota con distintas herramientas para producir las formas y toques de luz, frecuentemente realizados con un suave pincel.