La historia de América Latina está marcada por la lucha contra la colonización, la opresión y la violencia estatal. Esta memoria compartida ha forjado un profundo sentimiento de solidaridad internacionalista entre sus artistas, quienes a lo largo del siglo XX y XXI han alzado su voz a través de su obra para denunciar injusticias en todo el mundo. En el conflicto palestino-israelí, esta tradición de arte comprometido ha encontrado un nuevo y urgente foco, utilizando el lienzo, el mural y la performance como trincheras de apoyo al pueblo palestino.
El lenguaje artístico de esta solidaridad es diverso, pero poderoso. Muchos artistas recurren a un realismo crudo y simbólico para visualizar el dolor y la resistencia. Representan a niños y niñas bajo los escombros, madres con la mirada perdida o las emblemáticas llaves que simbolizan el derecho al retorno de los refugiados. Los colores de la bandera palestina –negro, blanco, verde y rojo– se integran a menudo en las composiciones, actuando como una declaración política inmediatamente reconocible.
La figura del gran maestro colombiano Fernando Botero es central en este aspecto. Aunque su serie más famosa sobre la violencia aborda las masacres de Abu Ghraib en Irak, sentó un precedente monumental sobre cómo el arte figurativo puede criticar la impunidad del poder y humanizar a las víctimas de la guerra. Su estilo, que transforma los cuerpos en volúmenes monumentales, logra transmitir una sensación de peso y dolor igualmente monumental. Este camino lo siguen hoy ilustradores, grafiteros y pintores contemporáneos que, inspirados por esta tradición, llenan las redes sociales y las calles con obras que buscan romper la indiferencia mediática.
Más allá de la pintura, el muralismo, heredero directo de Siqueiros, Rivera y Orozco, ha sido un vehículo fundamental. Colectivos de arte urbano en México, Chile, Argentina y Colombia han transformado muros públicos en monumentos a la resistencia palestina. Estos murales, accesibles para todos, no piden permiso para existir y convierten la ciudad en una galería de denuncia, asegurando que el conflicto no se olvide ni se normalice.
La solidaridad artística latinoamericana con Palestina no es solo temática, sino también estructural. Nace de una identificación profundamente sentida: la de los pueblos que han sufrido la violencia de Estado, el despojo territorial y la violación de sus derechos humanos. El arte se convierte así en un puente transnacional de empatía, un grito que dice: "Tu dolor es nuestro dolor, tu resistencia es nuestra resistencia". En un mundo donde la información se manipula y se olvida, el arte perdura como un testimonio imborrable de la lucha por la justicia y la dignidad humana.
Latamarte
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